Domingo 21 de noviembre de 2010 | Publicado en edición impresa
El velo desafía a Occidente
Mientras Francia lo prohibe y el resto de Europa lo discute, millones de mujeres eligen llevarlo puesto. ¿Símbolo de opresión, factor religioso o signo cultural? Un debate que hoy inquieta al mundo globalizado
Cualquier distraído podría pensar que se trata de un simple trozo de tela. Sin embargo, esa prenda llamada "velo islámico" (que ni siquiera es una sola: ver Cómo identificarlos) se ha convertido en el eje de uno de los debates político-culturales más candentes en los países centrales. La aprobación en Francia de una ley que prohíbe el uso de ciertos tipos de velo en lugares públicos no hizo más que recrudecer la polémica. Porque ya no se trata de "salvar" a mujeres oprimidas que no tienen más opción que cubrirse, sino de responder a universitarias que reivindican su derecho a portar lo que ellas consideran un signo de identidad. Por no hablar de quienes lo llevan por motivos religiosos, amparándose en una libertad de cultos vigente en toda la legislación occidental. En la vereda de enfrente, los detractores del velo aseguran que, se argumente lo que se argumente, una mujer que lo usa en pleno siglo XXI es una mujer sometida al poder patriarcal. No falta, asimismo, quien equipara esta prenda con prácticas tan aberrantes como la lapidación. Esta última postura es claramente desmentida por entidades como Amnistía Internacional, organismo que, al tiempo que impulsa la campaña contra la muerte por lapidación de la iraní Sakineh Mohammadi-Ashtiani, sostiene que toda persona tiene derecho a decidir si quiere o no llevar indumentaria o símbolos religiosos. Como si de una novela de Hanif Kureishi se tratara, la intensidad del debate viene a decirnos que el sueño de la integración cultural sigue siendo una utopía digna de ser buscada. Pero que de fácil, complaciente o exenta de contradicciones no tiene nada.
¿Qué dicen al respecto las musulmanas argentinas? Masuma Assad de Paz, profesora de estudios de teología islámica y presidenta de la Unión de Mujeres Musulmanas Argentinas, escribe en un texto subido a la página de la mezquita At-Tahuid: "El hijab es el símbolo de la mujer musulmana, de su propia identidad, de su libertad, y está íntimamente relacionado con su espiritualidad y pudor. Occidente debe comprender que el islam es practicado por más de mil doscientos millones de musulmanes en todo el mundo como un modo de vida, todos los días y en todos los lugares. No para algunos días en la semana y según el lugar donde se encuentre". En el mismo escrito, Assad de Paz asegura que en la Argentina el hijab no está prohibido, sino que las mujeres musulmanas "se lo prohíben a sí mismas".
Una forma de vida
Graciela Haikel, representante legal del colegio Omar Bin Al Jatab y miembro de la comisión directiva del Centro Islámico de la República Argentina, sólo en parte acuerda con esta posición. Para ella también el islam es una forma de vida: "No es ir a rezar y luego olvidarse -explica-. Tiene que ver con el respeto, la tolerancia, el temor a Dios". En sus 43 años de vida, Graciela siempre respetó los cinco rezos diarios que pauta su religión, nunca comió cerdo ni probó alcohol. Sin embargo, esta hija de sirios musulmanes nunca usó hijab. "Esa es la libertad que las mujeres musulmanas nos tenemos", dice sonriendo. "En el islam todo es por convicción -se explaya-, nada por imposición. El hijab es lo que se aconseja, porque tiene que ver con el pudor de la mujer, con preservarla de las miradas ofensivas. En mi caso, hasta ahora nunca he sentido la necesidad de usarlo, salvo en situaciones ligadas con nuestra religiosidad o encuentros con autoridades islámicas. El día en que decida llevarlo, lo haré por convicción. Y será para toda la vida." De maquillaje impecable, bijou justa y palabras firmes, Graciela se ríe de los discursos que equiparan femineidad, islam y sumisión. "Trabajo desde los 17 años -rememora-. Siempre tuve gente a mi cargo, hombres y mujeres. Tengo carácter. A los únicos que respeto es a mis padres. Después, no me manda nadie."
Por su parte, Karina Bidaseca, socióloga, investigadora del Conicet y autora del libro Perturbando al texto colonial. Los estudios (pos) coloniales en América Latina (Ed. SB), asegura: "Las discusiones sobre el velo surgen en un período histórico preciso, posterior al 11 de septiembre. Ahí ya tenemos un anclaje. Hay una abstracción; se parte de una vestimenta y se la empieza a asociar a otras cosas: arcaísmo, barbarie, opresión. Es un discurso que viene muy pegado a la política antimigratoria. Por eso tiene tanta fuerza en Europa. Como dice Zizek, la coexistencia multicultural armoniosa es una ficción; se va hacia una radicalización cada vez mayor".
A mediados de septiembre último, en un contexto marcado por las críticas a la política migratoria del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y la condena de la Unión Europea a la deportación de población gitana fuera de las fronteras francesas, el Senado de ese país aprobó la ley que prohíbe a partir de 2011 el uso del velo islámico integral en los espacios públicos. De acuerdo con información difundida por la Agencia France Press, el proyecto no menciona explícitamente el velo, sino que "prohíbe la disimulación del rostro en el espacio público". Es decir, la normativa afectaría a las usuarias del burka y el niqab, pero no parecería estar implicando a las portadoras del hijab. Inicialmente lanzada por un diputado comunista, la iniciativa fue retomada en 2009 por Sarkozy, y aprobada este año por mayoría. Buena parte de la oposición socialista condenó el uso del velo islámico integral pero, sin embargo, se abstuvo de participar en la votación. Si algo faltaba para aumentar la crispación general, por esos días hubo una alerta de bomba en la Torre Eiffel. Algunos medios franceses vincularon el hecho con la sanción de una ley que, de todos modos, afectaría a un sector minoritario de la población musulmana francesa: se calcula que, de los seis millones de personas que la integran, sólo unas 2000 mujeres usan el burka o el niqab. Bélgica, Holanda, Dinamarca, Italia, España y Alemania también han impuesto restricciones al uso de estas prendas.
Sólo tus ojos
"La gente no entiende. Somos realmente fuertes, pero a veces piensas: lo único que quiero es descansar." Enjugándose una lágrima con la manga de su niqab, Hebah Ahmed, norteamericana, 32 años, ingeniera mecánica y musulmana, le confiesa a Lorraine Ali, periodista de The New York Times, lo agotada que está. Inmediatamente uno piensa que su cansancio se debe al esfuerzo de caminar, manejar su auto, hacer compras y lidiar con sus dos pequeños hijos sin enredarse en la enorme cantidad de tela que cubre su rostro, su cuerpo y parte de sus extremidades. Pero no. Lo que extenúa a esta joven nacida en Tennessee es la lucha que viene sosteniendo para defender su derecho a usar esa prenda pese a las agresiones, las burlas o el escándalo de muchos de los que la rodean. Criada en el seno de una familia de origen islámico que jamás se había planteado la necesidad de portar vestimentas religiosas, Hebah decidió incorporar el velo a su vida después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. "¿Realmente mi religión dice que hay que hacer estas cosas tan horribles?", se preguntó, espantada, el día en que se produjeron los ataques a las Torres. Para responder ese interrogante, Hebah se sumergió en la lectura del Corán y otros textos islámicos. Pero no encontró nada que justificara los atentados, sino oraciones sobre la fortaleza, la piedad y la resolución. Paralelamente, a Hebah le llegaban noticias de musulmanas norteamericanas que habían dejado de usar el velo por temor a convertirse en blanco de violencia callejera. Esa fue la última motivación que necesitaba: decidió cruzar la línea y vestirse con el niqab, que a partir de ese momento la ocultaría de las miradas de todos los hombres, con excepción de su marido. "El niqab es la conciencia de Dios en mi rostro", asegura en Tras el velo, el exhaustivo artículo que Lorraine Ali publicó luego de compartir varios días con Hebah y su hermana Sarah (28 años, ingeniera y también niqabi, o sea, mujer que usa niqab).
Al otro lado del Atlántico, en la cada vez menos uniforme Europa, el tema está a la orden del día. Nyamko Sabuni, hija de un africano musulmán, laica, miembro del Partido Liberal de Suecia y, desde hace cuatro años, ministra de Integración e Igualdad de Género de ese país, declaró al diario El País: "Parto de la base de que los adultos tienen el derecho de vestirse como quieran y puedo entender a las que optan por llevar velo, pero me resulta difícil con las que llevan niqab o burka. Lo veo como expresión de opresión a la mujer. Por otra parte, soy de la opinión de no permitir que las niñas lleven el velo en el colegio. El velo es una prenda que regula la relación sexual entre hombre y mujer, y no se debe ver a los niños como seres sexuales. Si las profesoras quieren llevarlo, que lo hagan. Lo que yo digo es: fuera el velo en las niñas". No fue una niña sino una adolescente de origen marroquí, Najwa Malha, la que, a mediados de este año, encendió la mecha en España. Najwa, de 16 años y residente en Madrid, se negó a despojarse de su hijab para asistir a clases, y por eso fue apartada del instituto educativo al que asistía. El hecho suscitó una andanada de discusiones en ámbitos políticos, mediáticos y educativos, que fueron desde planteos ligados a la libertad de culto ("¿Si ella no puede llevar velo, por qué las otras chicas sí pueden portar una cruz?") hasta cuestiones más estrictamente vinculadas con la política de género. En este sentido trabaja Rosa Cobo, profesora de Sociología del Género en la Universidad de La Coruña. En un artículo publicado por el periodista Alvaro Corcuera en El País, la catedrática asegura: "El velo es una marca de género, una marca política. Sirve para lanzar un mensaje a la sociedad y decirle: «Estas son nuestras mujeres, no las contaminéis». Forma parte de una serie de vestimentas que han sido hechas y orientadas para subordinar a las mujeres. Lo digo rotundamente: yo limitaría el uso del velo en el espacio público".
En el marco de estas discusiones, Yusra Dasha, estudiante de Derecho, 18 años, domiciliada en Madrid, vestida con pañuelo y holgadas prendas largas, lanzó a la prensa española: "El hijab me iguala con el hombre. El velo permite que se me mire como una mujer con mente. No soy un cuerpo. He escuchado estos días en la radio que una mujer es una melena bonita. Me parece repugnante. ¿Lo único que me da valor es mi pelo? Entonces, no. Prefiero ir con mi velo y no ser un trozo de carne". Una postura muy similar a la sostenida por Hebah Ahmed a la hora de relatar su experiencia como ingeniera mecánica. "No importaba cuán inteligente fuera. Nunca obtenía el respeto de mis compañeros varones; bromeaban, hacían observaciones fuera de lugar, e incluso me manosearon un par de veces. Por eso usar el niqab es liberador. Ahora ellos tienen que lidiar con mi cerebro porque no les doy otra opción."
En sus oficinas de Buenos Aires, Karina Bidaseca escucha, de boca de LNR, algunas de estas opiniones. Y no puede evitar sonreír. "Ya a fines de los años 50 Franz Fanon hablaba de la sensualidad de las argelinas. El decía que para el varón occidental, que era el ocupante de Argelia, la mujer cubierta despertaba cantidad de fantasías sexuales ligadas con descubrirla. Justo lo opuesto a estos comentarios." Para la investigadora, la problemática, lejos de quedarse en estas paradojas, envía a territorios aún más complejos: "Está también la mujer occidental como objeto de consumo sexual -reflexiona-. Pornografía, anorexia, bulimia, los modelos que las jóvenes tienen que seguir... ¿Cuál mujer está más oprimida que cuál otra? ¿Por qué no discutir eso también?".
Puesta a demoler preconceptos, Bidaseca nos cuenta que sí, efectivamente, existe un feminismo islámico, dos de cuyas principales representantes son las profesoras Lila Abu-Lughod (Universidad de Nueva York) y Saba Mahmood (Universidad de California en Berkeley). Decididas a desmarcarse de ciertas posturas planteadas por el feminismo occidental, estas investigadoras se dedicaron a rastrear en el Corán los momentos en que se habría postulado una relación de dominación de los hombres sobre las mujeres. "Lo que encontraron fueron mediaciones -explica Bidaseca-; profetas que han interpretado la opresión de la mujer en términos que no estaban contenidos en las sagradas escrituras". En todo este proceso, el velo, claro está, ha tenido su lugar. "Abu-Lughod dice que el velo es en realidad un sinónimo de modestia femenina y que no necesariamente, para la mujer musulmana, es sinónimo de opresión -explica la socióloga argentina-. Para estas mujeres tiene otro valor. Lo que pasa es que todo se mide con la regla de la supremacía cultural de la sociedad occidental. Estas autoras proponen establecer un diálogo intercultural."
Queda por responder la que probablemente sea la pregunta más ríspida formulada por quienes se oponen al uso del velo: ¿Qué ocurriría si hoy permitiéramos esto y mañana, también guiados por el respeto a la diversidad cultural, termináramos aceptando que determinados grupos mantuvieran prácticas tan condenables como, por ejemplo, la lapidación? "Todos estamos de acuerdo en que una lapidación es un horror -responde, rápida, Bidaseca-. Pero estamos hablando del uso de una vestimenta que se transforma en otra cosa: hay un hiato insalvable. En todo caso, el interrogante sería: ¿Por qué la mujer se está convirtiendo en un signo visible de los problemas contemporáneos de nacionalidad, raza y religión? Porque acá no está en cuestionamiento el hombre musulmán, sino la mujer y sus costumbres. Creo que es importante no romantizar ni criminalizar el velo: lo que habría que hacer es escuchar a estas mujeres. Fundamentalmente, escucharlas".
Por Diana Fernández Irusta
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