miércoles, 16 de junio de 2010

En las ciudades hay una educación basada en un modelo civilización/barbarie que ha operado de modo racista”.

Entrevista a Karina Bidaseca.

En el marco de las entrevistas realizadas a actores claves del mundo académico, FEDUBA dialogó con Karina Bidaseca, Profesora de la cátedra "La Sociología y los Estudios Poscoloniales" Doctora en Ciencias Sociales e investigadora del CONICET, quien acaba de publicar el libro “Perturbando el texto colonial. Los estudios (pos)coloniales en América Latina”.

¿Cuál es la relación entre la falta de educación y la colonización?

Para comenzar, una diferenciación que yo recojo de Aníbal Quijano es la que él hace entre colonialismo y colonialidad. El colonialismo tiene que ver con la ocupación de un territorio, con un proceso histórico que finalizó, y la colonialidad con un estado permanente. Según su teorización, a la que yo adscribo, lo que ocurre en América Latina, tiene que ver con estructuras que se fueron anquilosando, sedimentando; es lo que Quijano describe en términos de un concepto clave: la colonialidad del poder. Allí, la educación ocupa un lugar fundamental, porque la colonialidad lo que ha trastocado, lo que ha atravesado es no sólo el saber y el poder, sino también el ser. Específicamente a los pueblos indígenas y afro-descendientes, les fueron otorgadas identidades fijadas, fueron establecidos como “seres inferiores”, racializados a partir de una regla que se mide desde occidente. En este sentido, la educación ocuparía un lugar fundamental ya que estos pueblos pasan a recibir una educación occidental y occidentalizada a la cual no pueden responder. Se deben asimilar a los patrones culturales y educativos, de lo contrario son excluidos. Pero también este texto colonialista tiene su correlato, por ejemplo, en el ámbito de la justicia como lugar que no ha dado cabida a la armonización de diferentes sistemas judiciales. La reforma constitucional del año '94 en su artículo 75, inscribe en su narrativa a los pueblos indígenas en tanto sujetos de derecho preexistentes al estado-nación; sin embargo, en relación al ámbito identitario, a la reconstrucción de identidades, no hubo aún una reparación histórica, se habla de una identidad cultural pero no en términos de justicia interracial. Son ámbitos en los que sus derechos van quedando relegados. Específicamente en el ámbito de la educación, lo que se llama la educación intercultural bilingüe, allí los patrones de asimilación y los modos de entender son tan decisivos que se termina adaptando la educación a los cánones del proyecto occidental. Y cuando hablo de occidental no hablo de un occidente monolítico sino de un proyecto de modernidad, un proyecto geno-etnocida o culturicida en términos de Zizek.

¿Qué características debería tener una educación que contribuya a contrarrestar los efectos de las diferentes formas de dominación (racial, de género, colonial, etc.)?

Podemos mencionar algunos proyectos interesantes que se empiezan a materializar en Latinoamérica especialmente en Ecuador, Colombia y Bolivia, los proyectos de educación indígena promovidos desde las propias comunidades. Hay un camino que ya está siendo andado en relación a las experiencias de universidades indígenas y que deben materializarse en otros niveles decisivos (nivel primario o secundario). Sin embargo, si el proyecto educativo de EIB no parte de las propias comunidades indígenas, de las propias necesidades y de los propios lugares de enunciación, por lo tanto termina no teniendo un resultado positivo porque lo que se hace es volver a colonizarlos. La colonización discursiva opera de ese modo. Entonces, mientras no se respete que el proyecto sea desde las comunidades y sus necesidades hacia las esferas gubernamentales o educacionales, no podrá sostenerse en términos de las cosmovisiones indígenas o afrodescendientes, ni de la interculturalidad (que no es multiculturalidad, entendida como mera co-existencia de diferentes culturas). En las ciudades hay una educación basada en un modelo civilización/barbarie que ha operado de modo racista. Para dar un ejemplo cercano, la comunidad afrodescendiente en nuestro país ha logrado que se incorpore la pregunta en el censo 2010 por la autoidentificación. Esto ha significado un trabajo intenso desde las organizaciones afro y a su vez asumir el riesgo, puesto que el porcentaje que surja de ese censo va a permitir, o no, la demanda de políticas afirmativas al estado. Otro ámbito que es ninguneado, es el de la salud donde existe una etnicización de las enfermedades (por ejemplo, el HIV está ligado a la comunidad afrodescendiente); o los migrantes no llegan a los hospitales y si llegan son tratados por la medicina occidental de modo racista, son maltratados y ligados al discurso de la animalidad, especialmente cuando las mujeres acuden allí a parir.

En Latinoamérica con la llegada al gobierno de actores sociales históricamente excluidos (indígenas, campesinos, mujeres) se comenzó a hablar de una transformación igualitaria ¿Usted qué piensa al respecto?

El proceso Latinoamericano es muy importante y creo que Bolivia es el paradigma hacia dónde se puede avanzar con una minoría, que en realidad es mayoría numérica, pero que adquiere ese estatus porque ha sido oprimida racialmente durante siglos. El proceso latinoamericano es importante para que los pueblos indígenas y afrodescendientes sean visibles para el estado, y para que especialmente las mujeres discutan qué rol pueden jugar. Obviamente hay muchas diferencias entre Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil… Pero hay climas de época que atraviesan nuestras sociedades que es por ejemplo visible en las constituciones latinoamericanas que, a principio de los ’90 empiezan a plantearse las posibilidades de un estado pluricultural. Eso en Argentina no ha llegado aún ni siquiera a ser pensable. Si uno considera a Bolivia como la vanguardia de este proceso, puede ver que en efecto hay un proceso de descolonización en marcha, incluso, a nivel del estado. Ahora, en Argentina es un proceso que yo lo veo lejano. En el libro que publiqué recientemente escribí un capítulo dedicado a lo que se conoce como pluralismo jurídico. Es una corriente que se desarrolla fundamentalmente en Colombia y llega a liderar procesos de armonización de diferentes sistemas judiciales. Aquí en Argentina yo analizo dos casos: uno, es de una comunidad al sur de Neuquén donde a partir de una disputa de dos miembros de la comunidad interviene la justicia ordinaria y termina desarmando la negociación que se había dado entre los miembros dentro de la justicia propia. Y después el caso paradigmático de la niña wichí que fue “supuestamente” violada por un miembro de la comunidad en Salta. Este caso me obsesiona y es interesante para pensar si realmente los pueblos indígenas y, en especial, sus mujeres, son efectivamente sujetos de derecho. Lo que yo interpreto sucedió en este caso es que un miembro de la comunidad toma el discurso de la directora de la escuela que interpreta que ha habido una violación y lleva a la madre a declarar ante la policía. El “supuesto” abusador, concubino de la madre, es encarcelado pero luego se dan una serie de transformaciones porque, en primera instancia, la corte falla respetando las costumbres wichí y no lo encarcela al entender que se trata de costumbres ancestrales, pautas preexistentes, etc., y que se deben dirimir dentro de la propia comunidad. Luego intervienen los medios de comunicación y la comisión de la mujer de Salta donde se denuncia este fallo. Hay un segundo fallo, luego del cual se lo encarcela. Hay dos peritos antropológicos que apelan a favor de la comunidad aduciendo que para ésta no hubo violación, que es parte de cómo se sostienen las relaciones amorosas y que el tratamiento a la comunidad es en términos de pautas criollas y no indígenas. Y que el castigo al miembro a un individuo sino a un colectivo, la comunidad. Es el peor de los castigos que la justicia podría haber determinado a la comunidad, incluso puede ser interpretado como un crimen étnico. El estado no llega a estas comunidades pero cuando llega es criminalizándolas. La niña-mujer ha tenido su bebé y, según las tradiciones de la comunidad, le ha puesto su nombre llamándolo Menagen que quiere decir “por quien su padre está preso”. Lo que me interesa postular es lo que ocurre en la comunidad luego de que han intervenido la justicia, los medios y el discurso de la comisión de la mujer: hay vidas suspendidas, la de la madre y la del niño está siendo ya marcada y la comunidad ha sido fragmentada. Otro caso paradigmático, aunque de otro tenor pero no menos importante, es lo que sucede cuando se declara patrimonio de la humanidad la Quebrada de Humahuaca en Jujuy; se incumple con la consulta debida y consentida, tal como lo determina la legislación internacional, a las comunidades indígenas y vemos cómo se desencadenan una serie de conflictos por la tierra, procesos de exotización de su cultura, venta de artesanías industriales, procesos de urbanización que transforman violentamente el paisaje, turismo invasivo, etc. Una serie de trastornos que experimenta la comunidad. Aunque se sostenga que el gobierno provincial ha realizado la consulta, fue hecha a personas individuales no reconocidas como referentes, es decir, no consultó a los pueblos como colectivos, y en nombre de un abstracta humanidad se subalterniza aún más a los pueblos indígenas.

¿La Universidad ofrece en la actualidad resistencias a la colonialidad del saber o la reproduce?

La discusión por la colonialidad atavesando diferentes campos y subjetividades es reciente, yo no podría hablar de la universidad como un espacio monolítico, pero sí puedo decir que ciertos actores vienen trabajando desde ese lugar. Hay actores y actrices de la universidad muy comprometidos que además están trabajando conjuntamente con las comunidades. En términos institucionales, recuerdo la embestida que tuvieron los mapuches por una campaña mediática que motorizó el periodista Rolando Hanglin y sobre todo desde Filosofía han circulado cartas en apoyo a las comunidades. En este sentido, la universidad sí es un actor clave para discutir esta problemática en los medios y apoyar a las comunidades cuando sus voces no son escuchadas. Por nuestra parte está el compromiso asumido con los pueblos indígenas de Jujuy afectados por la Declaración de la UNESCO a la Quebrada de Humahuaca como Patrimonio de la Humanidad. Pero también cabe mencionar que otros actores no han ofrecido resistencia por ejemplo a plantear las consecuencias del modelo de agronegocio y el avance de la sojización, que es un proceso clave para entender la colonialidad en términos de la supervivencia de los campesinos y pueblos indígenas. Pero si quisiéramos ir más a fondo, un buen modo de responder a esta pregunta por la resistencia o reproducción de la colonialidad del saber es pensar si nuestra Universidad pública promueve o no una política de cupos a estudiantes afrodescendientes e indígenas. En los 15 años como docente en esta facultad no he tenido ningún estudiante indígena o afrodescendiente en mis clases. Posiblemente ello sea un signo de la reproducción y estemos ahora en condiciones históricas de plantear estas ausencias en términos de la reparación histórica con los pueblos indígenas y afrodescendientes de nuestro país.

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